Ya han pasado
unos cuantos años y los amigos se quedan en uno para toda la vida, incluso en
las ausencias más prolongadas y distantes. Al irnos del barrio nos llevamos
todo, y todo era todo. Cada puerta que se abre y en las noches de insomnio o en
esos momentos silenciosos con la mirada puesta al horizonte aparecen esos
recuerdos que nos roban una nostálgica sonrisa, un suspiro y en ocasiones una lágrima.
Jorge fue uno de esos amigos que, siempre ocupa un lugar especial en mi
memoria.
Una mañana de
otoño, días antes del Mayo francés, estábamos sentados en un pupitre marrón frente
al escritorio de la señorita Julia Oshiro. Él llevaba su guardapolvo blanco impecable,
como la mayoría de los alumnos de primer grado. Su tez blanca, las pecas y el
pelo engominado lo distinguían a mi compañero de banco. Debajo del guardapolvo
los varones traíamos pantalones cortos, de época. Su padre de profesión
carnicero, baja estatura, gran fumador, su bigote blanco era marrón tabaco. Si
mal no recuerdo había sido concejal durante el gobierno de Frondizi, y su mamá atendía
el hogar compuesto de cinco hermanos, Jorge el menor. Su casa, tipo americana
muy bonita. Durante los gobiernos de Perón la comunidad había progresado mucho,
se construyeron barriadas enteras y urbanizadas. Igual quedaban varias casillas
modestas y una de ellas era la de mi familia. Ocho hermanos crecimos en ella,
de los cuales yo soy el mayor. Bueno, bien es aclarar que son mis hermanastros.
Al poco tiempo de nacer quede al cuidado del hermano de mi madre, mi tío Bebe y
su esposa Coco, hermana de la madre de mi mamá.
En verdad,
haciendo memoria, juro no poder recordar si durante la preadolescencia y la
adolescencia, mi querido amigo tuvo una novia. No me viene ninguna foto o dicho
de él que le gustará alguna chica. Muy tímido por cierto y en situaciones a
veces algo embarazosas su cara pasaba de blanca, rosa a roja, alejándose del
momento. Creo pensar que ello se debía a su gran apego a la mamá (Angelita)
quien se disponía siempre cercana y atenta a los movimientos del menor de sus
hijos. Casi diez años menos tenía que su hermano inmediato mayor. Al volver a
esos tiempos debo mencionar la edad avanzada de sus padres respecto de Jorge. Sumamente
cuidado, algo que también nos favorecía a sus amigos. Panza en el suelo o
sentados en el piso de baldosas blancas y negras, jugábamos con los soldaditos,
indios y un gran castillo que aportaba el amigo, transcurríamos horas de tiros,
muertes heroicas y corridas de jinetes. Las batallas terminaban cuando su mamá
nos invitaba a tomar la leche con galletitas.
Nuestra calle era
de tierra y vivíamos casa de por medio. Ya en ese tiempo había regresado mi
madre acompañada por su nueva pareja (Abel) y una hermanita, Sandra. Como olvidar el día que mamá me la presento,
hice un gesto de asco y reprobación, Sali corriendo a esconderme. Al dejarme en
brazos de mi tío, a mamá le faltaban unos meses para cumplir los diecisiete años.
Ella volvía a trabajar al campo, en el tambo, con su madre y su abuela. Al
parecer confiaba más en su hermano mayor para mi cuidado. Luego de muchas
visitas esporádicas, regresa a casa con veintiún años.
Otra de las cosas
que más apreciábamos de Jorge era su pelota de cuero, nueva. En cuarto grado
armábamos partidos de futbol con otros cursos o barrios. Los mejores eran
barrios contra barrios (dos o tres manzanas de diferencia) Se daba la lógica
del potrero: él dueño de la pelota jugaba siempre y nunca atajaba. Jorge era un
pata dura, muy pata dura. Todos los jugadores teníamos claro que a Jorge no se
lo hacía enojar por obvias razones. Un día uno se calentó con los caprichos del
gordo y se pudrió. Nos fuimos calientes unos con otros, el día anterior había
llovido y la calle tenía unos toscones de tierra importantes, he ahí que, entre
gritos, puteadas y demás, se armó una lluvia de piedras para ambos lados: saltos,
¡corridas, agachadas, amenazas y demás hasta que un terrón de tierra le pega a
Ivan en el cabeza y pum! al suelo. Nos llevamos un herido al barrio.
Al día siguiente
nos encontrábamos en la escuela y lo pasado quedó atrás. Los recreos eran ágiles
y divertidos: corridas a la mancha, Futbol con pelotas de trapo o papel,
algunos nos colábamos con las chicas a saltar la soga. Jorge era más pasivo,
las actividades colectivas no le atraían, tenía sus días, prefería observar o
charlar con algún otro. Dos amigos interactuamos con el Jorge íntimo, Ivan y
yo. Fuimos siempre los más cercanos y pasamos tiempo jugando en su casa o en la
vereda. Muchas horas en su lugar de confort, aún así en ocasiones salíamos a
cazar pajaritos por el barrio con sus veredas llenas de árboles y las casas
quintas cercanas plenas de árboles frutales, una tentación irresistible, varias
veces cruce el cerco para saborear naranjas, nísperos o ciruelas, los perros
nunca pudieron darme caza. Jorge con su rifle de aire comprimido y nosotros
gomera. Intentamos incluirlo en otros juegos comunes de esos tiempos, pero jamás
pudo aprender a jugar a la bolita o la figurita, es más no creo haberlo visto
andar en bicicleta.
A Abel la pareja
de mi madre, siempre le tuve un gran aprecio, buenazo y muy buen padre. Le
agradaba ir a verme jugar al futbol. Recuerdo un partido difícil, complicado,
perdíamos uno a cero (cancha de once) en la colonial, nos dan un tiro libre
fuera del área, sobre el marguen derecho, la clave en el ángulo derecho del
arquero, juro que pocas veces vi a alguien festejar un gol así. Pasamos
cincuenta y cinco años juntos, y al escribir sobre él no puedo dejar de
emocionarme. Debo agradecer su aparición en mi vida. Lo considero el
responsable de que yo haya podido recuperar a mi madre. Sin él, quizás hubiesen
pasado muchos años más para que se produjera el reencuentro definitivo con mamá.
Algo que no les
Conte de Jorge es su gran pasión por la música, le habían regalado un equipo
con dos bandejas para pasar vinilos y era bueno en eso. Una vuelta fuimos a
pasar música al colegio nacional de Marcos Paz. Después ya le teníamos la mano
y organizamos bailes en algunos clubes de Merlo. Muy lindo todo, Jorge a full
con sus vinilos y los auriculares, nosotros también, pero con las chicas. Ahí
en su ambiente musical mi amigo rebozaba de alegría. Ver disfrutar a la gente bailando
con su selección de musical lo hacía por demás feliz, más cuando se lo hacían
saber con gestos de agrado. Alcohol no tomaba solo alguna gaseosa y menos
fumar. En esos tiempos rondaríamos los
catorce o quince años. Mi banda de amigos se había extendido a Horacio, Hugo,
Sergio, Daniel y Fabian. Comenzaba mi alejamiento con Jorge. El tema era que a
mi amigo Jorge no le gustaba el deporte y menos colectivo. Nosotros jugábamos
al futbol, al básquet y al tenis criollo en el club Santos del barrio. ( los bailes de carnaval allí tema aparte gente).
Pero el nexo con Horacio, Jorge y yo eran la música y los cumpleaños de Quince.
El equipo de básquet era femenino y masculino, he ahí que teníamos muchos
contactos con las quinceañeras. Fueron momentos muy felices para unos y otros.
Los piolas éramos “nosotros” y las chicas nos sacaban tres cuerpos de ventaja.
¡Guau! tantos recuerdos hermosos de esa época.
En quinto grado,
sexto y séptimo empecé a vender diarios los sábados y domingos, hacia dos
repartos en una bicicleta grande con canasto. En aquel quiosco de diarios tome
contacto con la lectura de muchas historietas: Patoruzú, Isidorito, Nippur de
Lagash y muchas más. Luego fue el turno de los libros de Emilio Salgari con
Sandokán y Julio Verne. Ni Jorge ni quien les habla hemos continuando los
estudios secundarios. Respecto de mi amigo nunca supe la razón del caso a no
seguir estudiando, era buen alumno, sin problemas. Tal vez un capricho personal
a no querer estudiar más. Debo suponer que me lo dijo y no lo recuerdo en mi no
seria extraño. En mi caso particular, si anhelaba seguir los estudios, incluso
sin consultar me había inscripto provisoriamente en el industrial de Merlo. Fue
mi madre la que de modo tajante se negó a otorgarme ese deseo. “Tenes que ir a
trabajar, no podes estudiar” palabras muy comunes para la época por obvias
circunstancias. Ello trajo aparejado un gran disgusto y distanciamiento con mi
madre. Fui a trabajar, pero más temprano que tarde retomé mi camino. A los
quince años trabaje en una metalúrgica de aprendiz y en un balancín haciendo la
tapa trasera para las linternas everredy, gracias a Dios aun conservo todos mis
dedos. Al renunciar a la fabrica me fui al campo a trabajar en tareas rurales.
Iba y venía, la realidad que me acompañaba en uno y otro lugar no me cerraba,
también hizo que me alejara de Jorge. Nuestros encuentros eran limitados y en
cuando le preguntaba a mis hermanas por él. “se lo ve muy poco en la calle” me
decían, confirmaba los dichos de los otros amigos marcando las escazas
apariciones de Jorge en las juntadas de la esquina. Un par de veces lo halle en
la habitación, por la tarde, con las ventanas cerradas y una luz muy tenue. Las
charlas no fueron las habituales, muchos silencios y oraciones cortas. Lo evoco
ahora recostado en la cama con los ojos abiertos mirando el techo. Me hacia
preguntas aleatorias sobre mí derrotero. Así eran nuestros últimos encuentros.
A los diecisiete
años las chicas, Diana y Adriana (hermanas ellas) me ayudaron a ingresar al
turno vespertino de la media uno de Merlo. Las amigas son únicas, nos conocen y
ven lo que a nosotros se nos niega visualizar. Ese primer año me apoyaron
mucho. La tensión del estudio, el trabajo
y otras actividades me apartaron de Jorge o él se alejó de mí. Vaya uno a
entender. Lo cierto es que vino el servicio militar a Jorge le toco ir a la
fuerza aérea y a mí la armada, embarcado
recorriendo la Antártida Argentina, pase muchos meses fuera de casa, del
barrio. Horacio me cuenta un día que a Jorge le había afectado mucho su
servicio en Rio Gallegos con los aviones y se le declaró un estrés pos
traumático con esquizofrenia. Todo esto dicho por el papá de Jorge a Horacio.
Cuando fui a visitarlo, me recibió la mami y hablamos de su hijo, mi amigo
estaba internado en un centro especializado. No eran sus palabras, sus ojos, su
cuerpo, me decían de Jorge.
A veces, en las
noches de insomnio, vuelvo a esos días en el barrio, a las risas, a las peleas,
a las tardes de música. Y aunque Jorge ya no está, su recuerdo sigue vivo, como
aquel día en que sentados en el pupitre marrón frente a la maestra de primer
grado, mi amigo Jorge desarma una birome azul para mostrarme sus partes, al quitar
del tubo de tinta la punta de la birome, termina pegando en la maestra Julia tiñendo
de azul parte de su guardapolvo blanco. La exclamación de los que observaban
profundizo nuestro terror, nos costaba respirar. La señorita Julia observo
donde le había pegado el tubo, alzó su cabeza y nos regaló una sonrisa cómplice.