¿Acá, otra
vez tirado en la cama o no? Estoy tan cansado que me cuesta todo. Tengo los
ojos cerrados, seguro. Busco con mi mano el cuerpo de mi esposa y no está. No
importa, sé que está ahí. Duermo solo. Lenta y progresivamente, mi cansancio va
perdiendo espacio ante la ansiedad.
A las
cuatro de la mañana, estos pelotudos de la justicia van a realizar un
allanamiento. ¡No podían esperar a un horario normal de oficina! ¡Una historia
clínica querían! ¡Una! ¡Déjense de joder! Eso me pasa por salame y tener la
llave de la oficina.
Después,
el neonatólogo que se quiere rajar temprano, y me veo obligado a entrar en la
sala de partos, cambiarme como si fuera un partero, presenciar el parto y que
el tipo me firme la historia clínica. Porque hasta su próxima guardia no volvía
por el hospital. ¡La mierda!... Ahora que recuerdo... ¿Habrá sido varón o
mujer?
La
bicicleta desinflada seguro fue una joda de mis compañeros. Al mediodía, con un
sol que raja la tierra, tuve que empujar la bici hasta la gomería. No me enojé
con la broma, pero tengo que reconocer la bronca que me dio llegar a la escuela
tarde. ¡Cuarenta minutos de clase y ya empezaron! ¡Ya empezaron de nuevo! Otra
amenaza de bomba. Menos mal que ya estamos algo organizados y formamos a los
chicos en la calle lateral. Una bendición son esos árboles en la vereda.
Pobre la
secretaria, que estaba a cargo de la escuela, se desmayó del susto.
Él ya está
aquí, lo siento. Son las cuatro. Puedo oler y escuchar sus bufidos de furia. Mi
ser late con más fuerza; el encuentro se aproxima. Cada noche viene a
recordarme que está ahí. ¡Quiero despertarme! ¡No puedo! ¡No puedo!
—Tranquilo,
Tonio. Ya va a pasar. Es así, siempre es así.
Es raro.
Siento que mi cuerpo no se prepara para la huida. No puedo moverme. Deseo estirar
mi brazo para encender el velador... Nada, no responde.
Ya veo sus
ojos rojos enfocarme. Balancea su cabeza con grandes cuernos a izquierda y
derecha. Resopla furia. Se apoya sobre sus dos patas delanteras, mueve la cola
desafiante. Va a atacar.
—¡No te
desesperes! ¡Míralo vos también a los ojos! Mantente firme. No puede haber otra
noche igual. Ya no vas a correr más. Esto termina acá.
Mi cuerpo
está todo mojado. No tiemblo. ¡Tranqui, es solo un toro!
—¡Dale,
déjame salir corriendo!
—¡No! ¡Hoy
lo enfrentamos!
Esa noche
sentí cómo mi cuerpo, al mando de mi otro yo, se paró frente a la bestia. Fue
un instante, tan solo un instante, y ella se evaporó. Pude ver todo recostado
en mi cama